Ser vulnerable no es malo, aunque a veces lo percibimos como algo negativo. Para no sentirnos vulnerables, nos obligamos a ser fuertes. Lo hacemos porque creemos que los fuertes son aquellos que aguantan más y que, en consecuencia, esto nos puede ayudar a ser más felices.
Sin embargo, la vulnerabilidad es mucho más que algo negativo. Es un factor psicológico que forma parte de nuestra personalidad. Nos hace ser humanos. No debemos tener miedo de aceptarla y dejar que forme parte de nuestra vida. Al hacerlo no solo aceptamos una parte más de lo que es nuestra persona, sino que además conectamos más con nuestro alrededor.
Si hay algo que es de valientes es permitirnos ser vulnerables. Hoy en día lo que más se valora es ser fuertes y seguros de nosotros mismos. Cuando dejamos caer nuestra coraza, mostrando que no somos tan perfectos como queremos aparentar, estamos demostrando lo valientes que somos.
Por supuesto, mostrarlo no es signo ni de debilidad ni de derrota. Simplemente estamos mostrando una faceta más de nuestro carácter. Nos ayuda a ser más sensibles con nuestros sentimientos, a ser más empáticos y a entender mejor las emociones de los demás.
El poder que nos otorga el ser vulnerable:
Como seres humanos, nos cuesta aceptar que cometemos errores, que a veces fracasamos o incluso que nuestra vida da algún que otro giro inesperado. Esto se debe a que en nuestra sociedad reinan las apariencias. Debemos fingir que estamos bien, que nos lo tomamos todo con buen humor. Pero en realidad sentimos miedo, estamos tristes o tenemos ansiedad.
Por culpa de esta percepción, tanto la vulnerabilidad emocional como la física están mal vistas. Llegando a ser vergonzosas. Si en algún momento dejamos de ser perfectos, nos sentimos mal con nosotros mismos porque estamos fracasando en ser como la sociedad espera que seamos.
Esto choca con el mundo de la literatura, donde ser vulnerable es necesario y se ve como algo constructivo.
¿Cómo se consigue el equilibrio entre vulnerabilidad y fuerza?
De la misma forma en la que es bueno mostrar nuestras habilidades y competencias, también es bueno admitir que no podemos con todo. Así debería ser porque es una realidad.
Es de admirar reconocer y decir que sentimos dolor, que no nos vemos capaces o que la situación nos supera. Además, es muy recomendable. Debemos tener muy claro que no es malo, ni somos menos capaces por ser vulnerables.
La dureza no es tan importante como la vulnerabilidad
Ser duros y mostrarnos invencibles no nos ayuda en ningún aspecto realmente importante para nosotros. Como por ejemplo para lograr la felicidad, el bienestar o ser respetados.
Características como la sensibilidad o la empatía, son más importantes que la implacabilidad o la dureza. Incluso en el ámbito laboral. Porque nos ayudan a ser más cercanos con nuestros compañeros y a crear un mejor entorno laboral.
Ser vulnerable nos hace perfectos
Porque de la vulnerabilidad surgen otros sentimientos como el amor, la sensación de pertenecer a un lugar, la alegría, la creatividad o el coraje. Desde este punto de vista, ser vulnerables no nos hace menos perfectos.
Es triste cuando alguien nunca se ha dejado llevar y ha mostrado este sentimiento. Cuando ha reprimido lo que siente y no ha mostrado lo que piensa. Los que intentan mostrarse como personas que son capaces de controlarlo todo, de carácter duro o que no cometen errores, en realidad están demostrando que son personas imperfectas. Además, muy probablemente son infelices.
Ninguna persona que se muestre perfecta es valiente. Valiente es aquel que muestra todas sus facetas. Con sus debilidades y fortalezas, sin importarle el qué dirán. Lo es quien reconoce que necesita parar para reponerse y volver con más fuerza. La vulnerabilidad nos hace más humanos y perfectos, porque mostramos quién somos.